“Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es.” (Éxodo 34: 14)
La manera de obrar de Dios para proteger su honor y su gloria es lo que llamamos celo.
Al ser él lo más santo, justo, bueno, etc… está “obligado” por si mismo a proclamar sus atributos, exigir que se reconozcan y se le adore, y defenderlos y censurar cuando no se haga. Todo pecado en sí es una ofensa a su honor y es justo que él lo denuncie y castigue.
En nuestro caso, el ser celosos puede ser negativo por nuestro concepto de honor y justicia y por nuestro pecado, pero el suyo es un celo justo y necesario.
Dios espera y exige que se le adore (Deut.6:13; 10:20), sirva y ame sobre todo (Mt.22:37), o que no se use su nombre en vano (Deut.5:11). Lo exige a toda criatura, incluso de los cielos (Sal.50:4,6) y especialmente a su pueblo.
Dios no permite que se adore a otro (Is.42:8; 48:11) o compartirla con otro (Ex.34:14), ni aun siquiera compartirla con imagen alguna (Ex.20:1-5). Inclinarse a una imagen aun cuando sea un intento de representarle, es idolatría, es como adulterio espiritual (Ezeq.16:15-34).
Tampoco es aceptable que le seamos infieles en el corazón (Ef.5:5) (Col.3:5), querer servir a otro dios a la vez, como la riqueza (Mt.6.24) o incluso intentar suplantarle y ponernos, de alguna forma, nosotros mismos en su lugar (1 Cor.4:7). El celo de Dios requiere total fidelidad de nosotros.
Oración
“No permitas, Dios mío que te sea infiel en manera alguna”.