devocional la ira de Dios i“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” (Juan 3: 36)

La primera impresión que puede surgir en la persona al hablar de la ira de Dios es la de incomodidad y rechazo, pero cuando se trata en el conjunto de sus atributos y como respuesta a la actitud del ser humano, no podemos verla de otra manera sino como justa, buena y necesaria. Por mucho que cerremos los ojos o hablemos del amor, de Dios, no podremos escapar de ella.

Al definir el pecado como un desprecio de Dios, en su persona y su obra, saber que Dios es santo y no puede ver ni permitir el pecado (Heb.1:13), entendemos que aborrezca el pecado y se indigne con el pecador (Sal.5:5). Esta doctrina está muy clara en la Escritura y en particular en el Nuevo Testamento (Rom.1:18; 2:5, 8; 5:9; 9:22). Las citas serían interminables.

Tal es la necesidad de la ira de Dios, que sin ella no habría misericordia, pues ¿de qué si no tendría que librarnos?; pero no de lo contrario, pues la ira no necesita de misericordia pues todos somos culpables y merecedores de la indignación divina (Sal.14:1-4).

Su ira contrasta con la nuestra, pues puede estar afectada por el pecado (Ef.4:26), pero la suya no, siempre será adecuada, pero a la misma vez terrible, pues el castigo será acorde a ella (Luc.12.5) (Heb.10:31) y si su ira es infinita, porque él lo es, el castigo también.

Debemos tomar su ira muy en serio y huir de ella y el único lugar seguro es Cristo (Rom.5:9) (1 Tes.1:10).

Oración

“Entiendo, Dios mío, que estés terriblemente indignado por mi pecado, pero ten de mí misericordia”.

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