“Que vino Hanani, uno de mis hermanos, con algunos varones de Judá, y les pregunté por los judíos que habían escapado, que habían quedado de la cautividad, y por Jerusalén.” (Nehemías 1: 2)
El libro de Nehemías es una buena aproximación para ver cómo ejerce Dios su ira (Neh. 1:1-11).
La ira de Dios irá siempre contra sus adversarios (Neh.1:2), al ser esta la reacción de su justicia, puesto que el que se opone a Dios directamente se hace culpable pues ofende lo que es santo y quebranta lo que es justo. De la misma manera el que se opone a lo que es justo y bueno, se convierte instantáneamente en su enemigo.
Puesto que Dios no puede tener por inocente al culpable (Neh.1:3), entonces, todos nosotros que somos pecadores quedamos bajo su ira (Ef.2:3).
Aun cuando su ira sea lenta (Neh.1:3), pues se frena a sí mismo, esta es segura, “guardada” para su momento (Neh.1.2), es y será terrible (Neh.1:4-6) y cuando llegue, pues ya hay un día de ira y juicio (2 Tes.1:8ss), ¿quién podrá escapar? (Apoc.6:17). El resultado de su ira será el infierno (Lc.12:5), pues será el pago justo y equilibrado de las ofensas (Lc.12:47s).
Pero no hay que desesperar, pues aun hay esperanza y Dios en su bondad (Neh 1:7) ha establecido un remedio, un medio de escapar de su ira para aquellos que confían en él (Neh.1:7): su Hijo Jesucristo, él nos libra de su ira (Rom.5:9ss) (1 Tes.1:10), al volcarla sobre él. El justo por los injustos.
Debemos aprender de esto, para airarnos contra el pecado nuestro y de otros, pero sin llegar a pecar en ello (Ef. 4:26) (Santiago 1:19).
Oración
“Dios, hazme temer tanto tu ira, como amar tu misericordia; querer huir de una, para acercarme a la otra”.