“Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa.” (Mateo 9:6)
Los mayores milagros no los encontramos en la naturaleza, por extraordinarios que estos sean, sino en su plan de redención, en su intervención para la salvación del pecador, fuera y dentro de él.
El mayor milagro que podamos imaginar es que Dios se hiciera hombre (Jn.1:14) (1 Tim.3:16), que el Justo se hiciera pecado por otros (2 Cor.5:21), que el autor de la vida la entregara para luego volverla a tomar (Hch.3:15).
Es igual de milagroso que el Dios Santo y Justo, que aborrece con su ira divina el pecado (Sal.45:7) (Prov.6:16), por lo que nadie puede permanecer delante de él (Nahum1:6), haga a la vez que el pecador sea declarado justo delante de él (Rom.5:8-11) y pueda entrar en el Lugar Santísimo (Heb.9:3, 12, 24s).
Es un milagro que el ciego vea o el muerto resucite, pero es más milagroso en sí que un muerto en sus delitos y pecados (Ef.2:1) pueda nacer de nuevo (Jn.3:3-8); que el que no podía ver ni entender ahora sí pueda hacerlo, que el que no podía creer ahora tenga el don de la fe (Ef.2:8), que donde antes había esclavitud ahora haya libertad (Jn.8:36) (2 Cor.3:17), que lo que antes eran ruinas ahora pueda ser morada y templo del Espíritu (Ef.2:22) (1 Cor.3:16s).
Y sigue siendo milagroso que aun hoy se pueda seguir anunciando esta salvación, este evangelio.
Oración
“Gracias Padre porque entre todos los milagros pueda destacar este, mi propia salvación”.