“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.”(1 Juan 3:4)

Tenemos que limitarnos a la Escritura a la hora de buscar una definición exacta de lo que llamamos pecado, pues cada generación en la que se vive y la propia experiencia influye en lo que llamamos malo y en la gravedad de él, pues lo que hoy puede ser malo o grave, en el pasado no lo fue y viceversa.

Pecado es infracción de la ley de Dios (1 Jn.3:4), ya sea con hechos, palabras, actitudes o intenciones del corazón. Cuando nos referimos a la ley de Dios, no lo limitamos al Decálogo, sino a todo lo que Dios ha dictado como pecado en su palabra o que es ofensa a su carácter y obra.

Para Dios es tan grave un mal deseo del corazón como un asesinato (Mt.5:21s), una infidelidad en el corazón que el hecho en sí (Mt.5:27s). Nosotros podemos regular estos pecados de forma diferente, igual que hace la sociedad actual, pero siempre recordando que Dios está ofendido igualmente.

La moral también pasa por modas por lo que es fácil que se llame bueno a lo que es malo y malo a lo bueno (Is.5:20s).

Las consecuencias de lo que se suele llamar “un pequeño pecado” es igual al de un gran pecado (Santiago 2:10), que es muerte (Rom.6:23).

Aun cuando la conciencia se quiera excusar o aliviar diciendo que a nadie daña, todo pecado es en primer lugar contra Dios.

Oración

“Señor hazme consciente, no solo de lo que es pecado, sino de mis pecados concretos”.