“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1: 1)

La Escritura establece clara y directamente que Jesucristo era, es y será siempre Dios (Jn.1:1, 18; 20:28) (Rom.9:5) (Tito 2.13), entre otros textos. También lo hace indirectamente o lo da por hecho (Mt.1:23) (Jn.8:57s) (Col.1:9) (Ap.22:13).

En muchas ocasiones manifiesta atributos que solo pueden ser divinos como su dominio sobre la creación (Mt.8:26s; 14:9), su eternidad (Jn.8:58; 17:5), omnisciencia (Jn.2:25; 16:30), o la de perdonar pecados (Mr.2:5s).

No debe sorprendernos que los discípulos quisieran adorarlo (Jn.20:28) (Ap.1:5-6; 5:13) y los incrédulos quisieran apedrearlo (Jn.10:30-33). El Padre mismo requiere que nosotros, la iglesia, le exaltemos (Filip.2:9-11).

Aunque Jesús fue enteramente hombre, nunca dejó de ser Dios, aun cuando por nuestra causa se despojara de su gloria (Filp.2:5-7) (Jn.17:5).

Solo él, por ser Dios, podía llevar los pecados de todos nosotros, la iglesia, solo él puede salvar y ser mediador.

Los cristianos estamos obligados a creer y confesar su divinidad (1 Jn.2:23) (2 Jn.1:9)

Oración

“Gracias, Señor Jesús, que siendo Dios te has dignado a acercarte a mí”.