“La que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.” (1 Corintios 2: 8)

Para empezar, hay que reconocer que si bien todas las verdades bíblicas deben ser aceptadas, no todas pueden ser comprensibles para nuestra mente, ej. Trinidad, Omnipresencia, etc. Esto ocurre cuando nos acercamos a la persona de Cristo. La Escritura manifiesta que Jesús es una sola persona con dos naturalezas, la divina y la humana (Luc.1:35), pero no define esa doctrina.

En su persona hay cosas que una naturaleza hace diferente de la otra. Por una parte aparentaba 50 años y a la vez era eterno (Jn.8:57s); cansado pero omnipotente (Mt.8:24-27); debe aprender y hay cosas que ignora (Luc.1:52) (Mr.18:32), pero es omnisciente (Jn.2:25; 16:30; 21:17). Jesús muere (Luc.23:46) (1 Cor.15:3) pero no en su naturaleza divina (Jn.2:19; 10:17s). El glorioso misterio en el cual no podemos entrar: matar al autor de la vida (Hch.3:15).

Pero a la vez vemos que lo que hace una naturaleza, lo hace toda la persona. Diferentes, no confusas, no independientes de la persona.

También una naturaleza gana de la otra, pues su humanidad adquiere la dignidad de ser adorado, y la divina la experiencia, el sufrimiento y muerte (1 Cor.2:8).

Oración

“Gracias, Dios mío, por darme este Salvador y Señor, Dios y Hombre a la vez”.