“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.”(Romanos 8: 9)
El Espíritu Santo ha obrado desde el principio, como en la creación (Gén.1:2) y sigue obrando hoy, como en el inicio y extensión de la iglesia (Hch.1:8; 2:4¸17s) o morando en el creyente (Jn.14:17; 7:39) (Rom.8:9), aunque su obra sea o se manifieste diferente en diferentes momentos y circunstancias pues es soberano (Jn.3:8), como lo fue antes y después de Cristo (Ezq.36:26-27; 37:14).
Podemos señalar varios aspectos de su obra. El da y sostiene la vida, tanto física (Sal.104:30), como espiritual (Jn.3:5s) (Rom.8:11). Da poder para servir como creyentes (Hch.1.8) y en el liderazgo en particular (Rom.15:19) (1 Cor.2:4), dando dones (1 Cor.12:7,11), y en la oración (Rom.8:26) (Ef.2:18).
Al mundo convence de pecado (Jn.16:8-11) (Hch.7:51) y a los creyentes los santifica, desde el inicio de su nueva vida (1 Cor.6:11) y a lo largo de ella dándole fruto (Gál.5:22s), llenando (Hch.6:5) (Ef.5:18) y transformando a la imagen de Cristo (2 Cor.3:18).
De la misma manera que reveló la palabra de Dios a los profetas en el pasado, después nos dio la Palabra (2 Pedro 1:20s), nos enseña y lleva a Cristo (Jn.14:26; 16:13), nos da certeza (Rom.8:16) (1 Jn.4:13), unifica a la iglesia (Ef.2:18, 22; 4:3) y sigue manifestándose aún (1 Cor.12:7, 11, 13).
Oración
“Gracias Dios mío, por la presencia del Espíritu en mi vida y en mí, ahora te pido ser lleno de él”.