“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo; es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.” (1 Juan 5:1)
Para entender la regeneración o nuevo nacimiento hay que tener encuentra cada paso del proceso.
Hubo un tiempo en el que estábamos muertos espiritualmente (Ef.2:1), es decir, no había relación con Dios como hijos, nuestras obras no le eran agradables, sino que éramos esclavos del pecado, bajo la voluntad del diablo (Ef.2:2) y de nuestra carne o apetitos (Ef.2:3). No había en nosotros capacidad para restaurar el daño o responder al llamamiento de Dios (Hch.7:51) (Jn.5:40).
Fue necesaria la obra del Espíritu Santo en nosotros (Jn.3:3-8). Sin ella ninguno podría venir al Padre (Jn.1:3; 6:44, 65). Su trabajo pudo iniciarse en algún momento impreciso para nosotros y ser resistida por un tiempo, como en los avisos de la conciencia o en la proclamación del evangelio. Pero en su voluntad divina hay un instante al que vinimos a la luz (Sant.1:18) (1 Ped.1:23,25), ante el cual no hubo resistencia posible, aunque a uno le parezca algo progresivo o no recuerde el momento.
La fe es el fruto de esta obra (1 Jn.5:1) (Jn.6:44, 65) como ilustra el ejemplo de Lidia (Hch.16:14).
El Espíritu Santo continuará obrando en la vida cristiana (Gál.5:22s), por lo que somos llamados a vivir en él (Rom.8:9s) y ser llenos de él (Ef.5:18).
Oración
“Gracias por esa nueva vida en mí. Todo lo viejo pasó”.