“Testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.” (Hechos 20: 21)
La conversión es un cambio de vida y relación con Dios de 180º. Un “volverse de” para “ir a”. En el Antiguo Testamento los términos más comunes son volverse (Is.44:22) (Jer.3:12; 4:1) y temer (Is.50:10) (Jer.5:2).
Para que se dé este cambio, debe haber dos acontecimientos: arrepentimiento y fe.
El arrepentimiento (2 Cor.7:9-10) es el dolor, renuncia y propósito constante de dejar el pecado y venir a la obediencia. Para ello debes saber qué es el pecado según Dios (1 Juan 3:4) y que tú eres pecador. Debes aceptarlo emocionalmente, debe mover a tu voluntad y decidir dejarlo (Rom.1:32).
La fe es lo mismo que creer, confiar o descansar (Hech.16:31). Con ella reconocemos nuestra incapacidad de salvarnos y la necesidad de un salvador (Mt.11:28s) (Jn.6:36-37; 7:38-38). Esta no es una fe ciega, todo lo contrario es la convicción y confianza por el Espíritu y la Escritura de que Cristo es único y suficiente para salvarnos (Heb.7:25). La fe puede ser pequeña al salvar al pecador (Mt.13:31; 17:20) pero debe crecer, fortalecerse y dar fruto (Ef.2:8-10) (Santiago 2:18, 26).
Ambos acontecimientos son diferentes, pero inseparables y en ocasiones la Escritura las hace sinónimos con la conversión; arrepentirse (Hch.2:38), arrepentirse y convertirse (Hch.3:19), convertirse (Hch.14:15), creer (Hch.16:31).
Oración
“Bendito el hecho de permitirme ver mi pecado y a la vez a mi salvador. Sacarme de condenación y llevarme a gloria”.