“Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.” (Juan 10: 28)
Quizá no se ha tratado nuestra unión con Cristo con toda la profundidad que su importancia requiere. Su significado y amplitud de beneficios para nosotros es mucho.
Primero. Estamos con Cristo porque él decide y hace que sea así. No está en nuestra capacidad, sino en la suya. Está con nosotros cada vez que nos reunimos en su nombre (Mt.18:20), y esto será así hasta el fin del mundo (Mt.28:20). Esto es de tremendo consuelo.
Su presencia es espiritual, pero es personal y real. Nos toma de la mano para obrar con él (2 Cor.6:1), nos ayuda en la oración (Mt.18:19s), nos consuela (2 Tes.2:16s) y llevará a la presencia del Padre cuando vuelva (1 Tes.4:14, 17). Nadie podrá separarnos de su mano (Juan 10:28).
En segundo lugar, tenemos a Cristo como ejemplo, el modelo a imitar (1 Cor.11:1). En nuestra manera de obrar (1 Jn.2:6), en la relación fraternal (Rom.15:7) y amor (Jn.13:34; 15:12), en el matrimonio (Ef.5:25) e incluso en los padecimientos (Rom.8:17). Nuestro esfuerzo aquí es llegar a ser como él (1 Jn.3:2), pero no absorbidos por él, ni perder nuestra personalidad, carácter o dones. Lo malo en nosotros será eliminado y lo bueno enfatizado.
No ser o no buscar ser como él, es avergonzarlo (Heb.11:16) (1 Juan 2:28).
Oración
“Dios mío, no me dejes apartarme de tu Hijo y hazme cada día más parecido a él”.