“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20)
No solamente nuestra unión con Cristo implica, como ya hemos visto, que él está con nosotros y es nuestro modelo a seguir. Está unión es mucho más profunda y sublime.
En tercer lugar, la Escritura afirma que Cristo está, de una forma espiritual, en cada uno de nosotros (2 Cor.13:5) (Gá.2:20) (Ap.3:20). Es por ser él la vid y nosotros los pámpanos, que podemos dar fruto (Jn.15:5), que nuestro cuerpo muere pero nuestro espíritu vive (Rom.8:10). Es Cristo obrando por medio de nosotros (Rom.15:18)
En cuarto lugar, nosotros estamos en Cristo. Es así como nos veía el Padre antes de la creación (Ef.1:4-11) (2 Tim.1:9). Nuestra elección fue posible por nuestra pertenencia a su Hijo.
En la redención Dios veía a Cristo como nuestro representante y sustituto (Is.53:6) (2 Cor.5:21). De esta manera pudimos morir con él (Rom.6:4-6), resucitar con él (Rom.6:4-11) (Ef.2:6)… y recibir las bendiciones en el cielo (Ef.1:3-4).
En nuestra vida cristiana presente es como si ya hubiéramos muerto y resucitado en él (Gál.6:14) (Col.2:12, 20) y nuestra vida es ya todo él (Fil.1:21) (1 Jn.5:11). En él está nuestra fuerza (Fil.4:13), gozo (Fil.4:10). En Cristo, Dios suplirá todo lo que nos falta (Fil.4:19) y nos unirá en un solo pueblo a pesar de nuestras diferencias (Gál.3:28).
Oración
“Una vez más, Padre, gracias por tu Hijo Jesucristo y por todo lo que soy en él”.