“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” (1 Corintios 12: 27)

El propósito de la iglesia, como debería de ser el de cada individuo en este mundo, es el de glorificar y servir a Dios (Ap.15:4) (Rom.1:21; 15:6). Ahora bien, nosotros como iglesia debemos de hacerlo de tres maneras y sin faltar ninguna.

Primero. Adorándole a él de forma comunitaria (Ef.5:16-20) (Col.3:16). Lo que nosotros llamamos “culto” debe tener esencialmente su voz, la proclamación de su palabra, y la nuestra, en adoración y oración.

Segundo. Edificación como cuerpo (Ef.4:12-16), por medio de la exposición de su palabra, la comunión, el uso de los dones espirituales (1 Cor.12:12s), del fruto del Espíritu (Gál.5:22s) y otros medios de gracia.

Tercero. Ser sal y luz al mundo, del evangelio, del Reino de Cristo (Hch.19:8; 28:23). Esto lo hacemos, en primer lugar con la evangelización o predicación (Luc.24:47) y la misericordia (Luc.6:35s).

Cada época, lugar geográfico o circunstancia, podrá enfatizar un aspecto u otro, pues no es lo mismo una iglesia bajo persecución, que otra en abundancia.

También será necesario la colaboración con otras iglesias locales para completar lo que les falta en cumplir su razón de ser, como el ejemplo de Jerusalén- Antioquía (Hch.11:27-30) (2 Cor.8:14).

Oración

“Te pido, Dios mío, que me ayudes a cumplir con mi parte en el propósito de tu cuerpo, del que yo soy miembro”.