“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan en las oraciones.” (Hechos 2: 41)
El Señor estableció dos ordenanzas concretas que representan su obra redentora y que por sí mismas son medios de gracia, pero no necesarias para alcanzar la salvación.
La cena del Señor, que también conocemos como la comunión (1 Cor.10:15-22; 11:17-34) nos recuerda cómo Cristo ofreció su cuerpo-vida para morir en nuestro lugar y que su sangre es un nuevo pacto que ya no será quebrantado. Los elementos del pan y el vino no reciben ningún cambio, pero nuestra memoria y fe sí son fortalecidas, si se toman dignamente. Para ello cada uno debe hacer un autoanálisis.
El bautismo es la representación de la obra transformadora que se obra en nosotros gracias a la obra de Cristo (Rom.6:2-5) (Col.2:12). Muertos en Cristo, resucitados en Cristo y nuestros pecados lavados.
Como en el anterior, el bautismo no añade nada a nuestra salvación, pero sí es un acto de obediencia por el cual manifestamos quiénes somos y a quién pertenecemos y trae gozo a uno mismo (Hch.8:39; 16:33s). Es un acto único y siempre procede de la fe o conversión.
Estas dos ordenanzas deben de hacerse en el contexto de iglesias locales bíblicas (Hch.2:41).
Oración
“Ayúdame Dios mío a ser reverente cada vez que tomo el pan y el vino en memoria tuya”.