“Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” (1 Juan 5:14)
La importancia de la oración y su lugar en nuestra vida cristiana requiere que luchemos contra la monotonía, el rezo y otros peligros que la pueden hacer ineficaz.
Debemos orar con el espíritu y el entendimiento (1 Cor.14:14-15), es decir con el corazón (sentimiento, pasión) de un creyente y con un entendimiento renovado por la Escritura. Tiene que ser con ambos para que no sea solo gesticular y emocional, pero incomprensible o intelectual y doctrinalmente impoluta, pero fría, sin fe o sin corazón.
Debe ser conforme a la voluntad de Dios (1 Jn.5:14), es decir que no sea en contra de su carácter o su palabra, con fe (Mr.11:24) (Santiago 1:5-8), confiados en que Dios puede y obrará para su gloria y nuestro bien siempre.
Debe ir acompañada de obediencia (1 Jn.3:21s), antes de orar, preparándonos para venir a su presencia, y después aplicando lo que prometemos y lo que exige su palabra.
Podemos incluir entre otras cosas la confesión y humillación, perdonando a otros, fervor, etc.
Esto es aplicable en la oración privada, familiar o pública, aunque cada una de ellas requiera otras peculiaridades.
Lo que comúnmente llamamos “Padre nuestro” (Mt.6:1-15) (Luc.11:1-13) es para aprender como orar, pero no para repetirla.
Oración
“Padre prepárame cada vez que venga a tu encuentro, en mi corazón, mente y voluntad”.