Las historias bíblicas, el tiempo de oración y, en general, todo el contexto evangélico ha sido siempre parte de mi vida. Desde muy niña gocé del conocimiento suficiente para crecer en el temor de Dios y desarrollar una vida cristiana cuyos pilares prevalecen hasta hoy mas fortalecidos que nunca.
En el mes de agosto de 1988, a los quince años, mi corazón experimentó un cambio radical, pues el Señor despertó mi aletargado espíritu revelándome parte de su esencia. Desde entonces supe la necesidad que tenía de Él y comprendí lo que no entendía: La Obra del Señor Jesús.
Aquella tarde, en Tres Juncos, donde un grupo de personas acompañamos al pastor de Alcázar de San Juan, la predicación trató sobre de la segunda venida de Cristo, la cual escuché con especial interés; más tarde, fue la chispa que encendió la llama de mi corazón apagado. A partir de ese maravilloso día me preocupé mas por la eternidad y por lo espiritual; comencé a leer la Biblia con interés, tratando de entender su contenido e inicié una conversación consciente y sincera con Dios.
Aunque siempre he sido una niña obediente y buena, entendí que era pecadora por naturaleza, que en mi corazón había resentimientos, amargura, envidia, odio, egoísmo, rencor,.. También comprendí que Dios está airado contra el impío por su maldad (Ro 1:18) y que yo pertenecía a ese grupo de personas; y vi con claridad mi poco interés, mi extrañeza y la distancia que me separaba de mi Creador. Desde ese momento supe de la esperanza que ese Dios airado me brinda, que, a pesar de mis pecados, me ama hasta el punto de haber ideado un plan de salvación para mí y para todo el que se arrepiente, y, que ese plan, es el precio que Él mismo pagó, haciéndose carne en la sublime persona de Jesucristo, muriendo en la cruz por mis pecados antes de mi existencia. ¡Qué grandeza! El que me formó en el vientre de mi madre, el Justo, el Padre Santo, el Creador, el nombre más Alto por el que todo rodilla se doblará en el cielo y en la tierra, mi amado Jesús,.. ¡Se despojó de su gloria, se hizo hombre, se humilló a sí mismo, fue obediente hasta la muerte y pagó mi deuda colgado cruelmente en la cruz!
Entonces me arrodille en el borde de mi cama, y a solas con Dios, lloré; le pedí perdón por mis muchos pecados e imploré su misericordia. Abrí mi corazón de niña y le invité a morar en él para siempre.
Desde ese momento, una nueva persona, que veía, pensaba y actuaba diferente había nacido.
Hoy, ya con treinta y seis años, sigo esperando a mi Salvador con temor y expectación, y veo la obra que cada día hace en mi vida como el alfarero que es: “Usa este barro para tu gloria y honra, y haz la vasija que tú quieras hacer, ¡Oh! Hermoso Alfarero. Que otros puedan beber de ti, porque tú sacias la sed de los corazones de los hombres”
Querido hermano, te ruego que te ocupes de tu salvación con temor y temblor, porque el día del Señor vendrá y sin santidad nadie verá al Señor. Y tú, mi amigo, ten misericordia ti mismo, busca a Dios y alegrémonos todos en Él porque hay solución y esperanza para los pecadores, y una nueva tierra nos aguarda donde mora la justicia y la verdad, ¡Qué alegría!