Poco después de su conversión Lutero escribió esta carta a un monje, compañero suyo, que con sinceridad buscaba la a luz del Evangelio.
Me gustaría conocer la situación espiritual de tu corazón, y saber si ya has aprendido a despreciar tu justicia propia, y has empezado a creer y a gozar de la justicia de Cristo. Muchos son los que hoy en día ejercitan todas sus fuerzas para conseguir una justicia y bondad propias; esto es caer en el orgullo. Tales personas no pueden comprender la justicia de Dios, que tan
abundantemente y sin precio, nos es dada en Cristo. Con sus esfuerzos pretenden conseguir suficientes virtudes y méritos como para convencerse de que un día podrán presentarse delante de Dios por lo que son y han hecho. Pero esto es imposible. Hubo un tiempo en que tanto tú como yo llegamos a creer en tal loca y vana pretensión; y aun en la actualidad debo continuar luchando para verme completamente libre de la misma. Por consiguiente, mi querido hermano, acude a Cristo: a Cristo crucificado. Aprende a cantar sus alabanzas, y desconfiando de todo lo que es tuyo, acércate a Él y dile: "Señor Jesús, Tú eres mi justicia y yo soy tu pecado; lo que era mío Tú cargaste sobre Ti, y lo que era tuyo Tú has puesto sobre mí; aceptaste sobre Ti lo que Tú no eras, y me diste a mí lo que ya no era". Cuidado, hermano, que buscando un alto grado de pureza, te olvides de que todavía eres pecador; recuerda que Cristo vive entre los pecadores; por este motivo descendió de los cielos: morando entre los justos vino a este mundo para vivir con los pecadores. Medita sin cesar en su amor, y llegarás a experimentar el más apacible consuelo. Si con nuestros esfuerzos y méritos personales, pudiéramos obtener la paz, entonces, ¿qué necesidad hubo de que Cristo muriera por nosotros? Cuanto más desesperado estés en ti mismo y de tus obras, en su obra encontrarás paz; verás cómo Él te recibe y hace de tu pecado su pecado, y de su justicia tu justicia''.